Monday, February 13, 2006

mil y una

Estaba yo tranquilamente en el sillón de la casa de mis padres leyendo un libro. En vez de té me puse una cocacolalightconlimón y a falta de bollos exóticos que acompañaran mi lectura, me merendé dos rebanadas de pan con Nocilla que no se las saltaba un torero. Y entre pan y pan, me sumergí de lleno en las Mil y Una Noches, convertí el salón en un hermoso palacio, donde era dueña y señora de un extenso reino que se perdía donde la vista de un águila no alcanza a ver, según me hablaban las historias. Entonces pensé que no sería descabellado ser la prota de un cuento de éstos, donde todo era lujo y joyas, y poder y degollamientos por menos de nada, que los del entonces no se andaban por las ramas. Enseguida me vi en medio de Basora (quien te ha visto, y quien te ve), con una cesta repleta de fruta fresca y alhajas para vender. Mientras esperaba a los clientes pensé: cuando venda todo esto, compraré un semental brioso y un par de yeguas y venderé sus crías. Entonces lo invertiré en la cosecha de aceitunas, y con lo que gane comerciaré por todo el Caspio recorriendo los mercados más tumultuosos y los parajes más apetecibles. Cuando haya reunido el dinero suficiente me pagaré la matrícula en la Universidad. Pondré toda mi ilusión en esta nueva etapa, me aplicaré muchísimo para ser una gran profesional y pediré un préstamo al banco iraquí para poder sufragar mis gastos durante 5 (u 6, u 7) años de carrera. Después, cuando esté formada encontraré un fantástico trabajo donde yo pueda aportar todas las experiencias adquiridas en mi etapa universitaria, y así podrán saber cuán válida soy, y cuán recta persona han formado mis maestros. Tras cierto tiempo de trabajo, podré devolver mi deuda, y el visir del banco estará honrado de que una pequeña emprendedora como yo sea su clienta, enormemente agradecido por la confianza depositada en su sucursal. Una vez conseguido mis objetivos, me compraría un buen coche, nada exagerado, tan sólo para los fines de semana, porque ir al trabajo motorizado en ese país es una locura, mejor pillar un burrotaxi. Así, poco a poco me enamoraré y querré comprarme una casita que, a diferencia de los que no habían estudiado, y habían desperdiciado su tiempo holgazaneando y disfrutando de la vida a lo loco, yo podría aspirar a algo más que a una de protección oficial. Y me casaré con el que entonces será mi maridito, un tipo de los más brillante, cortés de buena familia, universitario por supuesto, que habría alcanzado mis mismas metas con sudor y dedicación. Y cuando estaba yo ya a punto de conseguir el despacho en Bagdad que tantas angustias y rodilleras me había costado conseguir, con vistas a las ruinas de la ciudad, un par de imbéciles con un coche tuneado y la música a toda pastilla me robaron la mercancía y me rompieron los utensilios que tan lindamente había dispuesto en mi pequeña tiendita ambulante.
De repente, con la boca aún humeante por la Nocilla, recuperé la conciencia, volví al saloncito familiar, a estar rodeada de mi más miserable realidad, y dejé de leer sueños, porque el Segunda Mano me estaba esperando, justo al lado de corceles briosos y principescos amores. Abrí por ofertas, pero esta vez no pude soñar. Hay palabras que no están hechas para transportar, ni siquiera a la esquina. Porque los sueños, sueños son, y no dan de comer.